Relato de una belga de 26 años
Octubre 2010
La Amazonía para mí siempre estuvo asociada a la idea de un lugar muy lejano, lleno de aventuras, de indios reductores de cabezas, de misioneros famélicos, de guerrilleros y de animales salvajes. Un universo inaccesible y reservado para los más temerarios, un lugar que representa un riesgo para la vida.
Aprovechando las circunstancias de vivir en Bolivia, rápidamente tomé conciencia de las facilidades, pero los relatos de los turistas me desilusionaron un poco.
La mayoría de los viajeros que conocí en La Paz habían estado en Rurrenabaque (Rurre) y descubrieron la selva fácilmente, gracias a los tours instalados en esta ciudad de acelerado crecimiento, situada a puertas de la floresta.
Con apenas 40 años de existencia, la ciudad se desarrolla a pasos agigantados, gracias al turismo masivo de la región. Y, al parecer, su historia está fuertemente ligada a un israelita, Yossi Ghinsberg, que en 1981 se perdió tres semanas en la selva boliviana.
Sin alimento, sin armas y sin conciencia de los peligros del medio, él sobrevive y escribe un libro sobre su aventura: “The jungle law”. Ese libro tuvo una influencia enorme sobre la pequeña ciudad que hoy en día cuenta con 17000 habitantes y más de 15000 visitantes por año, israelitas en su mayoría.
La manera más común y fácil de visitar el lugar es contratando una agencia que por 40 euros (por persona) lleva un grupo de ocho personas, durante tres días, con todo incluido, a conocer la vida salvaje que esconde la amazonía.
En un principio, este tipo de turismo dio lugar a una serie de abusos a los animales salvajes. Felizmente, la creación de la célebre Reserva Nacional del Parque Madidi, en 1995, y del menos conocido, pero no menos interesante Parque Pilón lajas (Reserva de la Biosfera y Tierra Comunitaria de Origen Pilón Lajas), en 1997, al igual que varios emprendimientos, han logrado implementar un turismo respetuoso del medio ambiente y de las comunidades autóctonas.
El turismo en la región debe ser utilizado en favor de la conservación y el mantenimiento de los recursos, ya que sin el magnífico ecosistema que posee, Rurrenabaque perdería todo su atractivo.
Actualmente (2010), está en proyecto la construcción de una gran carretera y un puente (con el financiamiento del BID) que atravesarán la ciudad, desfigurándola y transformándola en un lugar de paso. Esto supone un perjuicio para el turismo de la región y un beneficio para los piratas explotadores de madera. Los rurrenabaqueños están negociando con el gobierno el desvío de esa carretera, lamentablemente, las primeras interacciones fueron negativas….usted puede participar en este debate firmando la petición
El turismo es un gran negocio y en Rurre se hace todo por satisfacer al visitante. El tour de Pampas, por ejemplo, le garantiza conocer a las especies del lugar (delfines de agua dulce, caimanes, pirañas, capihuaras, etc.). Los animales se refugian en la reserva municipal de Santa Rosa, a causa del chaqueo (quema de cultivos con fines de fertilización), el desarrollo de la agricultura y de la ganadería. Gracias a ello, los turistas pueden ver una gran cantidad de cosas en muy poco tiempo. En la selva es más difícil apreciar a los animales y eso decepciona a los visitantes.
Por tanto, mi idea de selva virgen, hostil, plagada de animales y plantas extraordinarias se derrumbó a causa de esta forma de turismo organizado. Estuve esperando la ocasión de hacer este recorrido de una manera “auténtica” en esta zona de Bolivia que perdió mística para mí.
Después de estar poco más de un año en los andes, entre montañas, recorriendo el altiplano, los nevados glaciares, tengo la oportunidad de ir a Rurre, prescindiendo de las agencias de viajes. Mi compañero de piso, Carlos, trabaja en una oficina de apoyo al desarrollo del turismo comunitario.
En Bolivia es imposible desarrollar proyectos sobre tierras comunitarias sin la participación y autorización de los comunitarios. Siguiendo esta óptica, hacer un turismo durable, rima con trabajar en conjunción con los comunitarios. Y, a su vez, permite generar recursos para las comunidades, a fin de que no se dediquen a actividades ilegales como la caza, la pesca furtiva o la tala de indiscriminada de árboles. Existen ya algunas iniciativas de turismo comunitario (Chalalan, San miguel de Bala) y, en vista del éxito adquirido, sería interesante desarrollar este tipo de proyectos. Pese a que las comunidades forman parte del atractivo turístico, no se benefician de ello, las únicas que lo hacen son las agencias privadas, cuyos propietarios, la mayoría de las veces, son extranjeros.
En el Beni existen tres etnias diferentes: los Mostenes, los Tsimanes y los Tacanas. Estos últimos son sedentarios (desde hace tiempo que se asentaron en un territorio, ya que se dedican a la agricultura y a la ganadería) y tienen mucha influencia de las misiones jesuitas.
Los Mostenes y los Tsimanes tienen poca influencia del mundo moderno, ya que apenas tienen 30 años de sedentarización. Originalmente, eran cazadores, vivían en pequeños grupos clandestinos y se alimentaban con los frutos del bosque. Actualmente, esas comunidades se organizan en grupos de 35 familias como máximo y viven en grandes y bellas casas de bambú. Cultivan un poco de maíz, mandioca, plátanos, cacao, caña de azúcar, coco, etc. y el excedente de la producción se vende en la ciudad. Ellos no se dedican a la ganadería y viven de la caza y la pesca.
Como mi compañero de piso debía realizar visitas a algunas comunidades, a fin de organizar mesas de discusión para su investigación, el simplemente nos pidió que lo acompañemos y nosotros aceptamos con mucho gusto.
Lamentablemente, algunos percances impidieron que cumplamos con el programa previsto para el viaje. Finalmente, nos contentamos con visitar tres comunidades no muy lejanas a la ciudad (3 horas), y renunciamos a conocer las comunidades distantes (a 16 horas de viaje) y, en consecuencia, mejor preservadas.
La primera comunidad que vistamos fue Asunción de Quiquibay (a orillas del Río Quiquibay), esta cuenta con cabañas, para acoger a los turistas, que se construyeron con el apoyo de la cooperación canadiense y que ahora se encuentran abandonadas. La administración, al parecer, no es muy competente, sin embargo, se instalaron duchas y baños privados para mejorar el servicio.
Dormimos en una escuela de la comunidad y quedamos sorprendidos con los habitantes y, sobre todo con los niños. Estos últimos fueron muy gentiles, nos ayudaron a instalarnos y nos enseñaron como funciona la electricidad. Al parecer, ellos no asisten a la escuela, al menos, los días que estuvimos no lo hicieron (varios días de semana).
Dimos un paseo por la tarde con un anciano que amablemente nos guió y nos hizo escuchar los sonidos de la floresta. Recorrimos varias veces un sendero (hecho para los turistas) saturado de árboles talados y, en más de una ocasión, tuve la sensación de estar perdida.
En Asunción recolectamos cocos, no fue fácil, pero fuimos premiados con el delicioso y refrescante jugo del fruto, muy oportuno e ideal para ese calor húmedo que, también, combatimos nadando en las aguas de Quiquibay. Las pirañas, contrariamente a lo que se cree, habitan en los lagos y no en los ríos, si se tiene precaución, no hay peligro.
La segunda comunidad que visitamos, Charque, es mucho más desarrollada, pese a que apenas tiene cinco años de vida, la actividad agrícola es mucho más intensa y el turismo es mejor administrado. Se trata de un arreglo con una agencia de turismo que paga un derecho de entrada a la comunidad.
Su escuela, por ejemplo, se acopló al sistema educativo nacional y los alumnos (19 de todas las edades) acuden al recinto todos los días. Tiene dos años de existencia y funciona perfectamente, los estudantes llegan puntualmente y se ordenan en fila, entonan el himno nacional y entran al aula a estudiar con mucha seriedad.
La tercera comunidad, Flores del Carmen, se encuentra a dos horas de caminata (cinco minutos en coche). Los habitantes de Flores del Carmen no aprovechan el turismo de forma comunitaria, las agencias de viajes no participan del desarrollo de la comunidad. Gracias a su cercanía con la ciudad, goza de los servicios básicos: agua potable, duchas, baños, electricidad y una antena parabólica.
De manera general, no encontré mucha calidez en la gente. Con curiosidad y audacia, tocamos las puertas de sus hogares para compartir y hablar un poco. En tres días no se pueden crear lazos y, tampoco, pretendo entrar en esa lógica de quererlo todo con inmediatez, simulando espontaneidad, so pretexto de haber pagado.
Este viaje fue muy enriquecedor y algo desmitificador, me encantaría que se me de la oportunidad de volver a la selva amazónica (en un buen tiempo) para poder conocer un poco más de la vida salvaje (animales) del lugar y lograr un contacto más cercano con la gente.