Bolivia está marcada por creencia a la pachamama, una cruel historia de colonización y esclavización, una mezcla de etnias diferentes e influencias de todo el mundo.
Hasta hoy día es uno de los países más pobres de Sudamérica y tal vez esa es justamente la razón para los artistas creen “obras para el pueblo”. El arte no tiene que ser exclusivamente para gente que visita los museos, también ayuda a mejorar la calidad de vida cotidiana de las personas sencillas.
Eso se consigue con pinturas grandes sobre los muros y edificios de cemento de las ciudades. Con mucho color y formas creativas artistas nacionales e internacionales se expresan en las calles de Bolivia por encargo de autoridades o dueños de edificios privados.
La cuna del muralismo boliviano es la ciudad de Sucre, donde se forjó el grupo Anteo con la guía del artista de origen lituano Juan Rimsa, maestro de Solón, Vaca, Imaná y otros artistas destacados, en La Paz destaca Miguel Alandia Pantoja, autor de 15 obras en total.
La inspiración para los murales, en la mayoría de los casos, es la madre tierra en peligro, conflictos sociales, eventos históricos y la vida cotidiana de Bolivia. Los artistas generalmente pretenden mostrar fenómenos de la sociedad. Muchas obras presentan el dolor del humano. Sin embargo los artistas no se abstienen de colores alegres y figuras generosas, ya que las pinturas tienen la función de adornar la ciudad.
Hace unos años varias organizaciones se dedican a mejorar la calidad de vida en los barrios pobres. Un componente importante de esos proyectos es la adornación de aquellas zonas tristes de ladrillo y cemento mediante pinturas alegres. La población respeta ese tipo de arte callejero. Raramente se notan garabatos encima de las obras artísticas.
De esa manera las calles de Bolivia se vuelven más y más galería publica de arte y forman un espejo de la historia igual que del presente del país.